Lakefront

Asturias - Chicago - Washington - Miami - ?

lunes, julio 12, 2010

11 de julio de 2010

Lo he pasado muy mal los últimos días. Por varias razones, entre ellas la odisea para comprar una entrada para la final. Además, los días entre los dos partidos han sido muy tediosos, con muchas horas muertas y pocos planes buenos. Sudáfrica no es un país fácil para moverse uno a su bola, aunque hay muchísimas cosas que ver y hacer, lo que seguramente ha incrementado esa sensación de ansiedad.

Es decir, el viaje que me ha costado buena parte de mis vacaciones de este año se resume a los dos días de partido. Nada más. Y nada menos. No había ido en toda mi vida a un partido de España, pero crucé el mundo para ver los dos más importantes de su historia.

El domingo fue un infierno desde primera hora hasta que marcó Iniesta, aunque hubo fases. A mediodía tuve que cruzar Johannesburgo hasta Mandela Square, esperando a que me llamara la hermana de Fernando Torres, recién llegada en un chárter de Madrid, que me había dicho que seguramente les llevarían a comer a esa zona. A esta mujer, ahora mismo, se lo debo todo. Al pie de la estatua de Nelson Mandela, rodeados de miles de holandeses cantando y bebiendo cerveza, bajó el nivel de ansiedad considerablemente cuando por fin tuve la entrada en la mano.

De ahí al IBC –International Broadcasting Center-, donde en el parking me encontré a Hristo Stoichkov discutiendo con un policía. Estaba tan de mala leche que no me atreví a hacerme una foto con él, lo que me hacía ilusión porque siempre me pareció un fuera de serie en el campo.

En el restaurante del IBC me encontré unos ocho años después con Rafa Sahuquillo, que lleva en Radio Marca desde que se fundó. Una alegría ver cómo les va bien a gente de la Facultad, como al fenómeno de Pablo García Cuervo, al que me encontré en el hotel de Durban y me contó las peripecias de cubrir un Mundial sin acreditación por no ser La Sexta cadena oficial. No les dejan ni pasar a las ruedas de prensa. Lo de la FIFA es tremendo.

Por el IBC andaban también Zanetti, más chulo que un ocho, y Chilavert con mi gente de Univision y su poco aprecio por España. Entre unas cosas y otras se nos echó encima la hora de la ceremonia de clausura, que no tenía el menor interés en ver y de hecho me la perdí casi entera.

La bajada del IBC al estadio –unos 500 metros- es espectacular. En medio de un descampado a las afueras de Soweto, la calabaza gigante del Soccer City impone. A mitad de camino estaba Manolo, que es entrañable y no le niega una foto y una sonrisa a nadie, pero el bombo lo toca muy mal, y eso que lleva treinta años en ello.

Aunque había muchos más holandeses que españoles, los sudafricanos estaban de nuestro lado. Ya de madrugada uno me comentó que habían sido holandeses los que encarcelaron a Mandela que, por cierto, en este país es simplemente dios.

Al entrar al estadio, el torno me pilló el talón, pero mal. Qué dolor. Me perdí a Shakira y vi el final de la ceremonia de pie, en el pasillo entre el primer y segundo niveles, con un grupo de periodistas. Cuando me doy cuenta, estábamos exactamente –pero exactamente- detrás de la hermana y los padres –creo- de Torres. Noventa mil asientos y justo me paro ahí. A su derecha había cinco chavales con camisetas del Niño, de España y del Liverpool. Igual eran los colegas. A ella la saludé y creo que estaba un poco desilusionada porque Fernando no iba a ser titular.

Antes del partido me fui para mi asiento, en uno de los fondos. Estaba ocupado, pero el que me lo quitó me cambió la entrada y me dio una un nivel más abajo en el mismo fondo, con el otro grupo grande de españoles. En cinco minutos ya éramos todos amigos allí y el que iba a por cervezas traía para todos. Ayudaba el precio, supongo, 30 rands –unos 3 euros-. Se ve que la FIFA no lo puso.

Básicamente no paramos de cantar, aunque supongo que la megafonía vuvuzélica hacía imposible que nos oyeran en el campo. La que sacó Casillas con el pie derecho fue en nuestro fondo. Unos cuantos dijeron que estaba hecho, que después de ésa ganábamos seguro. Según avanzaba el partido yo me escondía más en la bandera, arropado como una viejina. No eran nervios, era puro sufrimiento cada vez que Robben o Sneijder cogían el balón. La hernia se quejaba. En lo único que no pensé mucho fue en los penaltis. Por alguna razón absurda tenía claro que no habría. Y entonces llegó el gol.

Fue en el otro fondo. Una jugada rápida que dábamos por muerta con el mal centro de Torres. De repente vi a uno que remataba solo, el balón dentro y… los saltos. El siguiente minuto no sé bien lo que le hice. Sé que salté unas tres filas para abajo y luego para arriba. Desconocidos abrazados en parejas, luego de cuatro en cuatro. Y las lágrimas. Lloré como un crío y vi llorar a señores alrededor. Alguien sacó una Copa del Mundo de madera, que fuimos levantando como luego haría Casillas. Los tres minutos finales no sufrí absolutamente nada, raro en mí. En cambio a mi izquierda, Nacho Quevedo –un chaval que leía las jugadas de cine- no paraba de decir “esto no ha terminado, esto no ha terminado”. Pero sí, sí había terminado. Más abrazos, también con el cámara español que nos grabó todo el tramo final y que hoy me enteré que era de Cuatro cuando unos cuantos amigos me escribieron diciéndome que me habían visto en el informativo.

Le pregunté nombre y apellidos a Nacho y a Damiel Cornelli, un sudafricano que se pilló una buena y que con la camiseta de su país y gorra de Holanda cantó a mi derecha todas con nosotros e incluso tenía su propio grito: “Ja-ja-bulani, ja-ja-bulani”, cada vez que el balón hacía un extraño. Yo trataba de recordar el gol y no me acordaba de la jugada, como si la celebración lo hubiera borrado.

Salí de allí corriendo hacia el pasillo donde vi la ceremonia, cerca del palco, para ver la entrega del trofeo subido a un muro. Los jugadores volvieron al campo con la Copa, irregular vuelta de honor, y unos cuantos subieron por la escalera de un córner a abrazarse con los familiares. Luego todos se metieron para el vestuario y el estadio se fue vaciando, pero la celebración seguía fuera, donde se agotaron rápidamente las camisetas conmemorativas del campeón.

Me volví al IBC, a recibir las felicitaciones de todo el mundo. En la entrada me choqué con Mauro Silva, trajeado con el escudo de Brasil en el pecho. Me dijo que estaba muy contento por España y me preguntó de dónde era la bandera. "De Asturias". "Ah, ¡claro!".

En medio de todo el lío iba revisando la blackberry. Algunos mensajes de Facebook y de Twitter, como el de Carlos, me volvieron a sacar las lágrimas. A las 2 am hablé con mi madre.

En el IBC había un fiestón de fin de Mundial, con una banda de música muy marchosa y barra libre. Se acabaron las cervezas y al rato trajeron más, para sorpresa de todos. Salimos de allí pasadas las tres, cantando en la furgoneta, con parada en el hotel para dejar cosas y para despertar a gritos de “Andrés Iniesta, lorolorolorooo” al que estuviera dormido.

Corriendo salimos de nuevo para Moloko, una discoteca al otro lado de Johannesburgo que resultó ser de un peruano. La liamos pero bien, había unos cuantos españoles allí. El DJ era majo y no le molestaba que estuvieras a su lado molestando todo el rato, pero no tenía “We are the champions” y terminó poniendo reggaetón a mis peticiones de algo español.

Llegamos al hotel a las 8 y todavía no me podía dormir, pensando que donde realmente debería estar era en España. Hoy he estado todo el día con esa misma sensación de estar perdiéndomelo todo. Curioso, ¿no?

Johannesburgo, siempre

Acabo de llegar al hotel después de celebrar toda la noche en Johannesburgo lo que puede ser el día más grande de España en mi vida.

miércoles, julio 07, 2010

Durban



Durban, 7 de julio de 2010. Este día ya no se me olvidará nunca. Después de dormir 11 horas y recuperarme del palizón de viaje desde Miami con escalas en Nueva York y Johannesburgo, arrancó un día de esos en que todo sale perfecto, en que estás todo el rato en el momento y lugar exactos en que hay que estar.

Sin tener ni idea de dónde ir a comer, nos paramos en una terraza mirando al Océano Índico donde comimos unos langostinos, unos filetes de un pescado con textura de sepia, mejillones, calamares... todo buenísimo, así sin querer, cuando nadie hubiera apostado un duro a que íbamos a comer decentemente.

Siguió la cosa con la recogida de las entradas en el hotel de la FIFA. Típico momento en que vas con miedo a que el sobre con tu nombre no esté y, a cuatro horas del partido, ponte a buscar al contacto que las consiguió... Efectivamente, no había entradas. Llamada al contacto, no contesta. Último cartucho: "Barbara, nos dijeron que preguntáramos por Bárbara". "Ah, Bárbara ya se ha ido... Espera, ahí vuelve". Bárbara, jefa de protocolo, se había olvidado algo en la oficina y en esos 30 segundos que pasó con muchísimas prisas en la sala sacó del bolso un fajo de entradas alucinante "que le sobraban" y nos dio tres VIP para el palco.

Llegada al estadio Moses Mabhida, que si ya me parecía una preciosidad, el más bonito del Mundial, ahora me parece una obra de arte. Cruzamos las entrañas del estadio, ascensor para arriba, para abajo, tres o cuatro controles de seguridad hasta la sala VIP, enorme, un montón de gente. Me tomo un sprite, voy al baño, salgo hacia las gradas y, en la puerta de la sala están entrevistando a la Reina Sofía que, acaba la entrevista y se pone a saludar a los españoles que estamos allí mismo. Vamos, que casi vino ella a darme la mano mientras yo pensaba qué decirle o qué gesto hacer, lo que se quedó en un timidísimo "mucho gusto majestad" mientras bajaba la cabeza, tan tímido que estoy seguro que ni me oyó.

De ahí al asiento, casi abajo del todo, justo al lado del túnel de vestuarios y detrás del banquillo de España. Momento despliegue de la bandera de Asturias, que ya vio Villa al acabar el calentamiento cuando se metía para dentro. Pero arrancó el partido y una amable empleada de la FIFA me dijo que en esa zona estaba prohibido sacar banderas. Le digo que sí, que la quito, pero la dejo sobre la tela que cubría las dos filas de asientos de debajo que separaba la zona vip del resto. Veinte minutos después volvió a pasar la misma mujer: "Second time. I am going to confiscate this". "No, no, no, sorry. La quito, la quito". Escondo la bandera, único semi mal rollo del día, pero seguimos dándole un baño a Alemania.

El partido lo visteis todos. Hasta el gol de Puyol, que grité como en mi vida, dando saltos, sacando otra vez la bandera, euforia total en la primera fila del palco. Cuando me voy a sentar, miro para atrás y tengo a todo el mundo mirándome, como alucinando de que pudiera estar liándola tanto en el palco de autoridades.

Pitido final y corriendo para abajo cuatro filas, pegado al túnel, justo un poco más arriba de donde entrevistó la Carbonero a Villa mientras yo enseñaba a corear a unos mexicanos el "Illa, illa, illa. Villa maravilla". El Guaje volvió a ver la bandera y saludó más contento que otra cosa.

Ya en la calle, esperando a la furgoneta que nos tenía que llevar al hotel, saludo a un grupo de señores que traían pañuelico rojo al cuello. "Vaya día de bueno de San Fermín hemos pasado, ¿eh? ¿Vienen ustedes de Pamplona?". "Algunos, me dice uno. Pero les hemos traído pañuelicos a todos". Que si yo viví 9 años en Pamplona, que si no me digas, que si mi hija también es periodista... claro, Patxi Izco, ¡el presidente de Osasuna! "Sí, yo soy. He venido como directivo de la Federación Española. Volamos ayer en un avión de las Fuerzas Armadas con la Reina, se ve que la Casa Real quiere estar de buenas con la Federación". Y así unos veinte minutos hablando de Navarra, Osasuna, la Barcina, la Universidad... qué majo Patxi.

Ya no quedaba ni blas por allí y no llegaba la furgoneta. De repente nos avisan de que están al otro lado del estadio, caminamos de nuevo por la entrada principal y nos encontramos, allí solo, fumando un cigarro, a Luis Aragonés. Saludo, foto...

- Hoy sí le habrá gustado España.
- A mí siempre me ha gustado. Lo que pasa es que uno dice lo que ve. Y luego lo que uno dice y lo que escriben no es lo mismo. Pero la verdad, hoy han hecho 30 minutos en la segunda parte impresionante, presionando, muy bien.
- ¿Ganaremos a Holanda?
- Yo creo que sí. Pero no va a ser fácil.
- Si nos dicen hace 10 años que íbamos a vivir esto...
- Sí, pero este equipo es muy bueno, muy bueno. Y ahora España tiene otro estilo, es otra cosa.
- ¿Y por qué hasta la Eurocopa no jugábamos así?
- Porque nadie les había dicho que había que jugar así...

Y así empezó una charla de fútbol con Luis Aragonés que se alargó al menos diez minutos, cuando un rato antes estábamos riéndonos con la gente de la Federación de que El Adversario lo había llamado en Twitter "Luis Amargonés"...

Ya de vuelta al hotel allí estaban Maldini y Michael Robinson, entre otros, majísimos los dos. Buen rollo por todas partes y celebración comedida, tranquila, porque nadie sabía dónde ir, es miércoles en Durban y todavía tenemos que ir a Johannesburgo.

Eso sí, Durban ya no nos lo quita nadie.

domingo, julio 04, 2010

Hoy somos los amos

En Miami hay gente de todos sitios, sobre todo latinoamericanos, pero también mucho europeo. Los españoles somos un buen puñado. Cada poco escucho a gente con acento de alguna comunidad en el supermercado, en un restaurante, por la calle... y me sigue sorprendiendo, después de cinco años aquí, que haya tanto español que no conozco. Me pregunto si serán turistas, visitas puntuales, pero me doy cuenta muchas veces que conocen esto de sobra y seguramente vivan aquí.

Un buen puñado, pero no los suficientes para que se nos vea. Los que siempre están presentes son los argentinos, los colombianos, los venezolanos, los mexicanos, los cubanos... incluso los brasileños de vez en cuando. Sus banderas están por todos sitios, sus acentos, sus restaurantes, sus fiestas. Cuando gana Argentina un partido de Mundial se oyen bocinas el resto del día.

Pero hoy no. Hoy, desde las 9 de la mañana que he salido a la calle con la camiseta de España la gente me preguntaba a qué hora era el partido, me daba ánimos, me gritaban ¡Vamos España! en los semáforos. Luego Alemania arrasó a Argentina. Y más tarde llegó el partido, los penaltis, el gol de Villa, la celebración en Española Way. El resto de Miami aplaudía, miraba, algunos se unían con camisetas de la selección recién compradas, la mayoría nos felicitaba. Todos sabían quiénes éramos y por qué estábamos de fiesta. Hoy éramos los amos.