Como ya anunció este blog, me he mudado. Escribo este post desde mi cama -la de antes- pero entre cuatro nuevas paredes. Rodeado de cajas, como también se informó aquí. Esta mañana devolví las llaves del otro departamento.
El estrés se ha reducido, aunque entre ayer y hoy tres personas diferentes me han dicho que he adelgazado y otro me ha dicho que tengo mala cara, pero creo que es porque llevo una semana sin afeitarme. Ayer me pesé y estoy en mis perennes 72 kg.
Pero los problemas y las maratónicas jornadas no se han acabado. Aún tengo que madrugar para buscar lámparas antes de ir a la oficina, y buscar tiendas de muebles que cierren tarde. Y cada vez que me pongo a limpiar alguna esquina a conciencia, a quitar un poquito de masilla aquí, otro pegotito de silicona allá... me encuentro con un golpe, un pequeño desconchado, un roto que se maltapó para que no se viera. Herencias, en general, del primer chapuzas de los varios que pasaron por aquí el último mes y medio, el que se fue sin terminar el trabajo porque se mosqueó con la contratista. Se ve que el tío no sabía trabajar sin dar golpes a todo. Un manazas en toda regla, qué individuo.
Mañana traen
la nevera.