Todavían me duelen los pies de las caminatas por la nieve, pero los seis días en la isla de Montreal sin que el termómetro se acercara siquiera a cero han merecido mucha la pena. Viaje recomendadísimo, con algunas cosas que se han de tener en cuenta:
1. En las calles de Montreal no hay ni relojes, ni termómetros. Ni en las tiendas, ni en los hoteles, ni parte del mobiliario urbano, ni nada. Yo llevo años confiando en el móvil para mirar la hora. Allí no me funcionaba, así que estuve seis días echando cálculos mirando al sol. Más o menos.
2. Se habla francés. Solamente. El inglés y el francés son, los dos, idiomas oficiales en Canadá. Pero en Quebec aprobaron hace ya un par de décadas que todos los carteles, señales, etc. sólo podían ponerse en francés. Y que en las empresas debía utilizarse el francés para hacer negocios. De hecho, llegó a haber una policía específica del lenguaje que se paseaba por la ciudad buscando franses en inglés en los escaparates. Total, que está todo en francés, pero todos hablan inglés -tontos no son-, pero hacen como que no te entienden... para que te esfuerces un poco y les sonrías. Cuando es obvio que no hablas francés, te hablan en inglés tranquilamente, proque en realidad los french-canadian son muy majos.
3. Las mujeres van elegantísimas. Ellos también, pero lo de ellas es llamativo. Luego leí que son la comunidad que más gasta en ropa de Norteamérica. Me lo creo. Se lleva el negro mucho, como siempre.
4. La mezcla arquitectónica victoriana-francesa-norteamericana es una maravilla. Lo mejor, o casi, de cada una.
5. El Mont Royal. Tenían un pequeño monte encima del pueblo. En vez de hacer tremendos barrios para que los ricos disfrutaran de las mejores vistas, decidieron hacer crecer la ciudad alrededor de lo que hoy es uno de los mejores parques urbanos que he visto en mi vida.
6. Patinaje. Sobre hielo. Allí, en vez de jugar pachangas -el portero se congelaría-, echar unos tiros -con guantes no metes una-, o comer pipas sentados en unas escaleras -inviable por razones obvias-, los chavales se dedican a patinar en los parques. En todos. Vamos, que en vez de canchas de cemento hay pistas de hielo en cada parquecito. Lo de los que juegan al hockey ya es la leche.
Total, que me ha encantado la ciudad pese a que jamás había pasado tanto frío. Ni en Chicago. Eso sí, hoy me ha dicho un amigo: "Llevas demasiado tiempo en Estados Unidos y fuera de Europa, por eso te ha gustado tanto Montreal".
Y no digo que no tenga razón.